Con su ingenio
y creatividad, Roberto Gómez Bolaño les regaló a los niños latinoamericanos
(desde los 70 hasta la actualidad) la risa. Y no es que esos pobres niños que
apenas estrenaban televisor a blanco y negro no la tuvieran.
Roberto Gómez
Bolaño, ese mejicano de mediana estatura y miembro más de la familia supo colarse en
nuestros infantiles corazones y nos marcó para siempre.
El primer
programa que vi, una vez se masificó el servicio de energía eléctrica en La
Guajira y llegó la tele fue El Chavo del Ocho. A esas edades (menos de siete
años) no comprendía la lucha de clases y las injusticias que ocurrían en la
vecindad, donde vivía El Chavo -en un barril- con las carencias de todo lo que
debía tener un niño pero nos “engancho” como lo hizo con las niñas y niños de toda
Latinoamérica donde se emitía el programa.
Roberto Gómez
Bolaño, el creador de muchos personajes que nos mantuvieron atentos a las
ingenuidades del Chavo del Ocho, a la torpeza de Chispirito o del doctor
Chapatin, murió ayer en México y la noticia me sorprendió, tal como ocurre
cuando se van mis personajes favoritos porque de una u otra forma se va una
parte de ti y se reavivan recuerdos de la infancia, la época dorada.
Muchas gracias
Roberto Gómez Bolaños por estar en nuestra infancia y más allá.
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