Si se cumplen las
predicciones de la Organización Mundial de la Salud, OMS, esta semana se
superarán los 9 mil casos de contagio por el Ébola en África.
Han
transcurrido diez meses desde la primera víctima del letal virus (un niño de
dos años en Guinea) y el riesgo es inminente, como lo es el peligro de
expansión de la enfermedad. Ya está en Europa y Estados Unidos.
Teresa Romero,
la primera víctima del virus en España, está saliendo del peligro. Al igual que
la sanitaria norteamericana. Los que corren el riesgo son los voluntarios, cooperantes,
misioneros y el personal médico que lucha con las “uñas”
en África para que las cifras del letal virus no sigan
consumiendo a los habitantes de Liberia, Nigeria, Guinea, Senegal y Sierra
Leona.
Las
enfermedades vienen y van, las farmacéuticas esperan como buitres una nueva epidemia para
hacerse más ricas, pero la humanidad sigue siendo la misma: inmutable al
dolor del otro, a la necesidad del otro.
Hasta el
momento son pocos los países que han atendido el llamado de la OMS para frenar
el “mal” en el continente africano. Cuba ha enviado personal sanitario, lo
mismo que Estados Unidos. De la ayuda de España poco se sabe. Aquí se combate
con otro virus tan arraigado en la sociedad y tan dañino como el Ébola:
la corrupción.
Ayer decía
Jordi Evole que este país necesitaba regenerarse y no deja de tener razón. Mientras que con el dinero de los contribuyentes se rescataba Caja
Madrid, su “plantilla” exprimía las tarjetas de crédito en buenos
restaurantes, viajes, buen caviar y más lujos.
Pero aquí no
pasa nada, nadie renuncia, reina el silencio. La cárcel es para los que salen a
la calle a protestar. La desilusión es colectiva.
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