El ruido de las maletas
por los pasillos de la residencia universitaria me recuerda que es fin de curso
y los estudiantes van a casa. “Estamos a finales de mayo”, me digo aun
incrédula de cómo se han ido los meses.
Es fin de curso y yo
creo que el mío no ha empezado, será por
el dilema que tengo con el tiempo, creo que me tiene manía, o yo a él.
No sé que será más
cruel, por así decirlo, que a estas alturas del año mi curso apenas inicie o
que la residencia quede sola.
Los que se fueron no
solo aprobaron el curso sino que regresan a casa para disfrutar de vacaciones,
calor de hogar y ligues veraniegos. Situación contraria de los que nos
quedamos, que además de no comernos un rosco, tenemos que apañarnos con otro
verano más en la residencia: nuestra casa.
Era un jueves el día que
llegué a Santiago atraída por el ambiente académico y cultural. De camino al aeropuerto al piso el taxista me dijo que estaba a tiempo de unirme a la fiesta estudiantil santiagueña.
De eso ya hace tiempo y muchos aguaceros han remojado esta tierra.
Santiago ya no es lo
mismo. La crisis ha obligado a muchos estudiantes dejar los estudios, a emigrar y con ellos se ha ido la alegría. Los estudiantes
le dan vida a esta ciudad.
Posdata: Con la renuncia
de Juan Carlos de Borbón al trono me ha invadido la tristeza por la humanidad.
Pensar en monarquías, reyes, reinas y princesas en estos tiempos modernos es además
anacrónico, el peor de los sometimientos del hombre por el hombre.
Viva la República
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