“Me llamo Delia”, dijo respondiendo a mí pregunta.
-Delia, como mi abuela materna, afirmé.
Desde que vi a esta señora en el pequeño parque de Viloira
en Ourense, recordé a la intrépida mamá Delia, tan valerosa como
la fuerte influencia que ejercía en la familia.
Esta Delia era como un imán entre los ancianos que
tomaban el sol a orillas del rio Sil y digo imán porque los atraía con su enérgica
voz y sus bríos.
Ella era la que llevaba la vocería del grupo y la que
se atrevió a entablar conversación conmigo (una recién llegada al pueblo que tomaba
fotografías).
Todos los días, Delia Fernández, su marido y un par de
amigos se encuentran al lado del puente San Fernando para “arreglar” el mundo,
hablar de la crisis actual y de las crisis anteriores, no se sabe cuáles son peores.
La preocupación de esta señora de 71 años es morir tan
pobre como nació y vaya que trabajó en su vida. Me dijo que cuando tenía
fuerzas recogía castañas y las vendía para mantener a su familia.
Para animarla un poco le dije que al menos ella
disfruta de su pensión, derecho que será
incierto para sus nuevas generaciones (sus hijas y nietos están desempleados)
con las reformas que
hará el gobierno, especialmente a las pensiones.
A lo mejor Delia no comprenda lo que eso signifique,
como tampoco está a su alcance intuir los
ajustes económicos que le esperan al país; mucho menos que aquí se elige a un presidente, sin embargo a
España la gobiernan desde afuera y que el insaciable apetito de la Troika y el
FMI tiene asfixiados a los españoles.
Hay cosas que es mejor no saberlas dirá Delia y yo
estoy de acuerdo.
Abur
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