El insomnio me acompañó la segunda noche. El
senderista a pesar del dolor en la rodilla derecha durmió profundamente, como
siempre.
En la madrugada el ruido de los otros peregrinos
nos alertaron que había que saltar de la cama, ducharse y iniciar el camino.
Hacía frio. Bien hicimos en llevar los chubasqueros
que algo nos protegían del rocío. Apenas despuntaba el sol nos deshacíamos de ellos, de lo contrario nos empapaba el sudor.
Saliendo de Portomarin descendimos hasta la carrera
nacional bordeándola dejamos a un lado la población. A un kilómetro de recorrido las viñas nos acompañaron
hasta un buen tramo. Nos proveímos con un poco de ellas, todavía recuerdo su
exquisitez y frescura.
En nuestro camino dejamos peregrinos de diferentes
nacionalidades, entre ellos, australianos, chinos, holandeses y una tromba de
estudiantes de Ceuta y Melilla.
El paisaje era poco visible por la niebla, pero aún
así concluimos que nos gustaba más el camino de herradura que el asfalto.
Caminado un trecho grande llegamos a Gonzar, un sitio donde merendar y sellar;
repusimos fuerzas y avanzamos.
Pasamos por Castromaior, Hospital da Cruz, Ventas
de Naron y otras aldeas un poco abandonadas por el tiempo y olvidada en la memoria de sus habitantes. En los 25 kilómetros que anduvimos fueron pocas las fuentes que topamos en buen estado o al menos con el aviso-garantía que el agua podía consumirse.
El segundo día
para todo peregrino es complicado, exigente y agotador. El cuerpo da señales de resistencia. Las fuerzas y la emoción no son las mismas del primer día, pero si las ganas de llegar a la meta. Seguir buscando en el camino las respuestas a esos porqués que siempre llegan por alguna razón o no.
Se trataba de buscar en esa peregrinación una motivación para poder continuar los objetivos que me he propuesto en la vida, llenar los espacios en blanco, poner los puntos seguidos en su sitio y rematar los puntos finales. Sabía que en un segundo día de camino no podía encontrar todo ello. Había que seguir y aun sigo buscando, esto es de nunca acabar.
Entre un descanso y otro nos hidratamos, cambiábamos de calcetines un par de veces al día y protegíamos los pies con aceites y cremas. En Os chacotes nos detuvimos para definir el
hospedaje. Nos faltaba todavía un pequeño tramo hostil, seco. El sol hacía lo
suyo y nos urgía llegar para descansar.
Decidimos avanzar y llegar hasta el final del
tramo: Palas de rei. Allí cruzamos la carretera nacional y nos hospedamos en el
primer sitio que encontramos. Después de descansar nos abastecimos en el
supermercado con algunas frutas, pan y vino. Compramos ungüentos para los dolores
musculares, lavamos la ropa y cenamos en un buen restaurante de la población. El cansancio de los tres últimos días se notaba y por fin el sueño me venció. Lo necesitábamos para poder continuar, al día siguiente nos esperaban 28 kilómetros de recorrido, una de las etapas más largas de la peregrinación.
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