Al mirar desde la
ventanilla del avión, a 12 mil metros de altitud, la majestuosidad del mar y los surcos que forman
las montañas, la sensación ante tanta inmensidad no tiene comparación con otras
emociones.
Excita ver la perfección
de la naturaleza.
Es tal el recogimiento
desde las alturas que no solo es la sensación de libertad plena la que
conmueve, es comprobar lo diminuto que somos, que nada nos llevamos solo lo
puesto, que hay que ir ligero de equipaje (mental y material).
Turistas o pasajeros en tránsito
esa debe ser nuestra principal condición en la vida.
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